La historia de nuestro país ha fluctuado siempre entre polos disidentes y antagónicos. Una clase dirigente que ha querido hacer de la pampa indómita una fábrica de vacas, ovejas y trigo; en contraposición a una incipiente burguesía con conciencia nacional que ha querido implantar un modelo industrialista a contramano de los intereses de los grandes terratenientes locales. A través de legislaciones, pactos comerciales y políticas impositivas, los distintos gobiernos de signo liberal, desarrollistas o populares han inclinado la balanza para los dueños de la tierra o los industriales, cuando no abrieron el juego directamente a la especulación financiera (sobre todo post década del 70). Entre los últimos años de la dictadura militar y el alfonsinismo, la curiosa aventura de una fábrica en Entre Ríos sirve como muestra de este eterno retorno de las fuerzas elementales de la economía nacional.
Entre los industriales nacionales, se halla el héroe de esta historia, Hugo Mazer, quien gestó el desarrollo de una de las computadoras hogareñas más populares de nuestro país: la CZ Spectrum. En un bar de Palermo nos reunimos para que nos cuente su historia.
PRINT HUGO MAZER
Hugo arma sus oraciones con cuidado, medita cada palabra e imprime sobre sus ideas un aire de cuidadosa conciencia histórica. “Nací en el 42 y ahora tengo 77 años. Muchos técnicos e ingenieros de mi generación se formaron con Siam Di Tella, que fue, básicamente, un semillero para el desarrollo industrial”. La camada que se formó en el traumático paso del primer peronismo a la Libertadora se compuso de entusiastas como Pablo de León o Abella y Gayoso, que buscaron generar un desarrollo propio. Fabricar, crear, construir.
Como ellos, Hugo dedicó sus años de juventud a estudiar en la UBA, en la carrera de Ingeniería Electromecánica con orientación en electrónica (por aquel entonces no había una carrera específica para la electrónica, que se hallaba en plena revolución). Se trata de la misma universidad pública desarrollista y de excelencia que buscaba un estrecho vínculo entre docencia e investigación y que se terminó topando con la dictadura de Onganía y la Noche de los Bastones Largos. La misma universidad que en Ciencias Exactas promovía sus primeros estudios de computación y también cultivaba nuevas ideas industriales desde el edificio de Paseo Colón. Pero el destino de Hugo excedería la UBA y pasaría rápidamente al mundo empresarial.
IBM: un gigante en el Cono Sur
Para esbozar cualquier intento de historización de la computación en nuestro país, es inevitable hablar del gigante IBM, la empresa que inventó el mercado de las computadoras a principios del siglo XX. La necesidad de la computación estuvo intrínsecamente orientada a procesar grandes volúmenes de datos. Con este objetivo, IBM desembarcó en nuestro país en 1923, y en 1925 le vendió a la Dirección de Estadísticas de la Nación y de la Provincia de Buenos Aires dos máquinas tabuladoras. Estos equipos eran electromecánicos y funcionaban con tarjetas perforadas, el método por excelencia para leer, manipular y almacenar grandes volúmenes de información. Prontamente, varias dependencias estatales (los ferrocarriles y diversos bancos) comenzaron a necesitar de estos equipos, y para 1933 IBM ya comenzaba a dictar cursos de manejo de máquinas eléctricas de contabilidad. Estos equipos eran de grandísimo porte, sumamente costosos y exclusivos para grandes entidades o dependencias estatales. Mientras el argentino de a pie, anarquista y tirabombas, se hallaba peleando con la patronal, el Estado comenzaba un lento pero incipiente proceso de industrialización que lo excedía.
Pero este andar comenzó a precipitarse fuertemente durante la década del 40. La Segunda Guerra Mundial obligó a los terratenientes de la pampa a reorientar su producción, debido a la imposibilidad de importar, y posibilitó el desarrollo de una gran industria nacional, fogoneada además por las políticas del presidente Perón. En los 40, Siam Di Tella era la empresa metalmecánica más importante de América Latina. Esto generó un semillero de técnicos, ingenieros, dibujantes, mecánicos y matriceros con una conciencia industrial tremenda. Cuando Hugo ingresó en IBM, en el año 69, se comenzaba a renovar toda una camada que había surgido con el peronismo.
En ese momento la planta de Martínez de IBM se hallaba en pleno funcionamiento y el gigante azul era un monstruo inmenso. Que la empresa estuviese instalada en nuestros pagos no era poco, pues solía instalarse en países donde ya hubiese cierto desarrollo industrial. Porque para los 60, contrario a lo que se puede imaginar, IBM de Argentina no se encargaba únicamente de traer equipos inmensos para los bancos o agencias del Estado, sino que también comenzaba a fabricar hardware. “Yo entré en el proyecto de fabricación de impresoras de matriz de punto. Cuando ingresé, la planta comenzó a reorientarse: pasó de reparar y reacondicionar a fabricar. Casi todo lo que allí se hacía era para la exportación, un porcentaje mínimo se comercializaba dentro del país. IBM decidía esto, porque, al exportar estos equipos sumamente costosos, lograba equilibrar su balanza comercial”.
Czerweny & IBM: la consigna es nacionalizar
Cuando Hugo ingresó a la empresa conoció a Oscar Crippa, dos años mayor y futuro socio comercial. Rápidamente fue asignado al CCEAL (Central Component Evaluation and Applications Laboratory), un espacio de experimentación donde IBM, básicamente, buscaba nacionalizar ciertos productos. ¿Por qué? Porque si lograban fabricar sus equipos en Argentina con el contenido local exigido por las autoridades, podían acceder al régimen de importación temporaria, por el cual le liberaban el pago de aranceles para los componentes necesarios para la construcción de equipos en el país que fuesen destinados a la exportación. De esta manera, se fomentaba la industria orientada a mercados externos. Mazer trabajaba con distintos proveedores que debían fabricar una variedad de componentes bajo unos altísimos estándares que IBM planteaba, puesto que lo que aquí se fabricase debía funcionar en cualquier equipo IBM del mundo.
“Nosotros hicimos, creo yo, la primera impresora de matriz de punto. Esa impresora era sumamente compleja: el cabezal se movía sobre un tornillo sin fin, que era propulsado por un motor de a pasos (stepper motor). IBM necesitaba un proveedor que pudiera construir ese tipo de motor, para lograr alcanzar el contenido local mínimo. Ahí es donde Czerweny, habitual proveedor nuestro, logró cumplir con la licitación y comenzó mi relación con ellos”.
Czerweny Motores es una empresa nacional con más de 75 años de trayectoria en el país. Son el paradigma industrialista de la Argentina, orientados exclusivamente a la fabricación de equipamiento industrial y hogareño: motores, bombas de agua, controles para levantaportones, ventiladores y demás equipos que necesiten de algún motor para su movimiento. Durante los años 50 y 60, la empresa vio un crecimiento exponencial, y casi no había ventilador o motor que no hubiera salido de su planta en Gálvez, Santa Fe.
Calculadoras para todos
A mediados de los años 70 comenzaba a surgir una revolución que pronto cambiaría el mundo para siempre. La irrupción de los microprocesadores y el abaratamiento de los chips traería consigo el surgimiento de las home computers. Aunque todavía faltaba un tiempo para eso, tanto Oscar Crippa como Hugo se cultivaban leyendo las revistas Electronics de Estados Unidos. Además, debido a sus constantes viajes, estaban en constante contacto con los últimos avances electrónicos. Es así que Oscar dio con una publicidad de la empresa Caltexs donde anunciaban la venta de chips para calculadoras a razón de 8 dólares cada uno, a partir de las 50 mil unidades. El spam había surgido efecto y Oscar le comentó de esto a Hugo, quien se entusiasmó aún más.
En un viaje a Estados Unidos, lograron hacerse de algunas muestras para experimentar. “Me traje unos diez chips y comenzamos a armar la parte electrónica, que fue lo más sencillo. Lo complicado era el hardware. Fabricar carcasas era imposible para nosotros: la matricería de plástico era sumamente costosa para un proyecto a cargo de dos personas sin respaldo empresarial, porque los proveedores te hacían carcasas de a decenas de miles, algo totalmente inalcanzable para nosotros. Logramos conseguir que alguien nos hiciera unas pocas carcasas artesanales a base de resina epoxi. Y el siguiente paso fue el teclado, otra cuestión sumamente compleja. Tuvimos que readaptar un tipo de teclado, inspirado en un juguete infantil, que denominamos ‘sapito’. Era un enchastre de cables, pero funcionaba. Y además, mediante un elevador de tensión continua, logramos hacer que andara con solo cuatro pilas doble AA, en lugar de 6, como requería la alimentación del chip. Ya teníamos nuestro primer prototipo listo”. En síntesis, con algo de ingenio las piezas de hardware pudieron ser reemplazadas y lograron tener un prototipo funcional que probara la viabilidad de esa tecnología.
Pero faltaba alguien a quien le interese el producto, en una época en la que en Argentina nadie siquiera pensaba en tener una calculadora de mano. Durante un viaje en avión, Hugo se sentó junto al presidente de Czerweny, Guillermo Civetta. Ni lento ni perezoso, aprovechó la oportunidad para mostrarle su invento. “Me dijo: ‘¡Tengo una calculadora en la mano, no lo puedo creer!’. Era en realidad algo muy avanzado. Civetta era ingeniero y empresario, tener un aparato así era algo de vanguardia, incluso con el modelo que le mostré, que era un asco de cables y en el que uno de cada tres tecleos fallaba”.
A Civetta le gustó muchísimo el aparato que le presentó Hugo. Por supuesto que deberían mejorar el aspecto y la confiabilidad funcional, pero el interés ya era genuino. A partir de este momento, a principios del año 75, Oscar y Hugo abandonarían IBM para formar una sociedad con Czerweny y comenzar a fabricar las primeras calculadoras de mano del país.
La noche más oscura
Oscar y Hugo se mudaron a Paraná, Entre Ríos, para comenzar la fabricación de las calculadoras allí: “Hicimos localmente todo lo que la tecnología existente en el país permitía. El resto se traía de afuera”. El resto, por supuesto, incluía los chips necesarios. Lograron hacer una tanda basada en un modelo de calculadora de mano diseñada por Sinclair que se vendió bastante bien y fruto de ese moderado éxito comenzaron a traer los chips de los estadounidenses National Semiconductors. Pero pronto sobrevinieron catástrofe tras catástrofe: el Rodrigazo, con una devaluación del 160%, y su siniestro final, el Golpe de Estado del 76. Con la asunción de Martínez de Hoz al frente del Ministerio de Economía, se decidió cambiar el perfil del país. La política económica favorecía al campo, no a la industria. Con el cambio de régimen de importaciones, importar una calculadora hecha no pagaba arancel de aduana. Pero, si se traían los chips, cada uno pagaba un 30% de arancel.
De esta manera, tuvieron que pasar de fabricantes a importadores y, tras negociaciones con empresas en Oriente, comenzaron a importar calculadoras. Aun así, había un problema: Czerweny era una empresa con un perfil industrial clásico. No tenía el más mínimo interés en traer equipos importados para comercializar, sino que, como buena empresa surgida en el calor del industrialismo peronista, su verdadera motivación era fabricar. Pero lo mismo terminaría pasando con Hugo y Oscar, ya que, luego de este paso por el mundo de las calculadoras, truncado por los cambios en el régimen de importaciones, ellos también volverían a la línea de montaje.
La fábrica de sueños
A IBM los vaivenes económicos del país no la afectaban tanto. Para los años 80, seguía con sus planes de nacionalización de componentes, y esta vez necesitaba fabricar en serie una fuente de alimentación específica. Sus estándares continuaban siendo internacionales, por lo que el esquema se mantenía igual: para hacer estas fuentes ellos proveerían los componentes y el instrumental necesario a quien ganase la licitación. Nuevamente fue para Czerweny, con intervención de Hugo y Oscar. “IBM nos conocía personalmente, por haber trabajado en su planta, y a Czerweny por ser un proveedor ya calificado, hecho que sirvió para ganar la licitación. Para eso, IBM nos dio en consignación varias máquinas de altísima tecnología para la producción, entre ellas una lavadora continua de circuitos impresos y una soldadora por ola. Para satisfacer este requerimiento tuvimos que armar una planta nueva en donde funcionaran las máquinas que nos consignaron. IBM, además, nos permitía usarlas para lo que quisiéramos, por lo que estábamos en una posición más que interesante”.
El lugar elegido para la instalación fue también en Paraná, Entre Ríos, puntualmente en el kilómetro 5,5 de la Ruta Provincial 11. Prontamente, la nueva fábrica se puso en funcionamiento y comenzó la producción de las fuentes. Además, ganaron una representación de National Semiconductors, lo cual les facilitó importar ciertos chips para experimentar. A pesar de haber sufrido el Rodrigazo (1975) y las políticas neoliberales de Martínez de Hoz, cuando se puso en marcha este nuevo trato con IBM a principios de 1980, todo comenzó a levantarse y la producción, a funcionar de manera constante y previsible. Paradójicamente, para gente como Hugo y Oscar esto se tornaría en una situación de aburrimiento: no eran la clase de personas que se quedaran contentos con fabricar transformadores. Dos años estuvieron así hasta que a Oscar se le prendió la lamparita. Las computadoras hogareñas ya comenzaban a ser una realidad. Se preguntó, entonces, ¿por qué no hacer alguna ellos mismos? Entusiasmado, decidió enviarle una carta de presentación a Sinclair, para tratar de comenzar algún tipo de relación comercial. Pero era el año 82. Sinclair era británica. Y en ese fatídico año, entramos en la Guerra de Malvinas.
El amanecer de las CZ
Pese a la trágica guerra, Hugo logró contactarse con Sinclair. Argentina y el Reino Unido habían roto sus relaciones diplomáticas y era imposible hacer negocios entre ambos estados, pero lograron realizar la sociedad a través de Timex, un icónico fabricante de relojes que tenía una gigantesca red de distribución en los Estados Unidos. Ellos poseían una planta industrial en Portugal, donde fabricaban las Timex Sinclair (TS1000, TS1500, TS2048) bajo licencia, exclusivamente para el mercado estadounidense. Como no necesitaban importar toda la máquina, Sinclair autorizó a Timex a que le vendiese a Czerweny los chips que no podía conseguir en el mercado, específicamente el ULA. Pese a todas estas complicaciones, el plan estaba en marcha. A partir de aquí, Czerweny iniciaría una pequeña revolución informática. Una empresa icónica y tradicional del país se lanzaba a un mercado nuevo que no existía: el de las microcomputadoras. El primer modelo que hicieron fue el CZ 1000, tomando las siglas de Czerweny para, además, aprovechar el posicionamiento de la empresa. Esto se debía, por otro lado, a que no podían utilizar el nombre de Sinclair en los productos; de esta manera Czerweny registró la marca CZ para utilizarla en toda la línea de computadoras electrónicas.
La planta que habían montado para fabricar las fuentes de alimentación de IBM prontamente se fue poblando de chips, circuitos doble faz, teclados de goma y joysticks. Oscar se quedó a cargo de la planta y del desarrollo del hardware. De esta manera, Czerweny logró hacer un clon de Spectrum nac & pop 100% compatible con todo el software de Sinclair.
Computadoras para todos
Hechos los acuerdos y con la planta ya funcionando, seguía existiendo un inconveniente. El año fue el profético 1984. La democracia había vuelto y la primavera alfonsinista traía nuevos aires al país. El pueblo argentino comenzaba a despertar luego de la noche más larga y terrible de nuestra historia. Hugo y Oscar, también esperanzados, querían vender sus nuevos chiches, pero la cuestión era ¿dónde?, ¿cómo?, ¿a quiénes?
“Canetti, que era un genio del marketing, nos orientó muchísimo al respecto. Porque queríamos vender un producto cuyo concepto era desconocido y cuyo comprador todavía no existía. Para esto, yo me mudé a Buenos Aires, mientras que Oscar se quedó a cargo de la planta. Entonces, me dediqué a armar distintas charlas demostrativas como promoción en empresas, escuelas, institutos de formación, etc. Además, hicimos grandes publicidades a páginas completas en los diarios. Esto nos posicionó muchísimo como marca, sumado, como siempre, al nombre de Czerweny, que muchos reconocían. De esta manera, la planta empezó a traccionarse y comenzamos a fabricar; en nuestros mejores meses, lográbamos fabricar unas 4000 máquinas. En los dos años que duró nuestra aventura, vendimos miles de equipos, aunque no sé exactamente la cifra. Viéndolo ahora, parece una locura, pero era entendible, porque no solo estábamos fundando un mercado (luego competiríamos con Drean y Talent), sino que además nuestra computadora era la más barata del mercado”.
Lo consume todo
Con una planta en pleno funcionamiento, las ventas viento en popa y aún lejos de la hiperinflación, el negocio parecía solo prometer buenaventura para Hugo y Oscar. De hecho, ambos se comenzaban a hallar en una encrucijada: era el 86, la PC comenzaba a pisar fuertemente y debían pensar qué hacer, si seguir con las microcomputadoras o pasarse al nuevo formato. En medio de esa disyuntiva, Hugo se dispuso a volar a Inglaterra en uno de sus habituales viajes de negocios, para cerrar tratos y precios con la gente de Sinclair. Estando en Londres, un 10 de junio de 1986, en el cuarto aniversario de la rendición de Malvinas, Hugo recibió la peor noticia de su vida: un incendio había arrasado la planta de CZ.
“Ese día, la planta estaba cerrada, por el aniversario de Malvinas. Por esa razón, no hubo ningún tipo de víctima fatal, solo pérdidas materiales. El incendio se provocó por algún soldador que quedó involuntariamente conectado, lo cual generó una llama que rápidamente se propagó, debido a los materiales inflamables acumulados: cajas de cartón, empaques de telgopor, y el tinglado del techo que se calentó, lo que ayudó a que todo ardiera”. Oscar lo llamó e, incluso en ese momento de tensión, le comento en tono de burla: “Un incendio es jodido, pero más jodidos son los bomberos”. Para apagar las llamas, las tropas antiincendio no habían dudado en destruir cuanto se puso en su camino: las máquinas que IBM les había consignado no se salvaron ni de la furia del fuego ni del afán de los rescatistas.
Oscar y Hugo quedaron destruidos: pasaron de manejar una planta con más de 100 empleados a buscar de qué manera recuperar los equipos que IBM les había consignado. Se hallaban en una situación sumamente complicada, pero, aun así, decidieron mantener el negocio por un tiempo, al menos para saldar deudas con Czerweny e IBM. Para esto, se mudaron a un pequeño galpón en el puerto de Paraná, donde habitualmente depositaban el remanente de equipos que les quedaban. “Teníamos contrato con un instituto de enseñanza de Buenos Aires que vendía cursos de informática con nuestra computadora. Este fue el último cliente que tuvimos, por el año 87. Luego de cumplir con una tanda de equipos, se terminó para siempre nuestra aventura con las Spectrum”.
Epílogo: las cosas que perdimos en el fuego
Esta aventura se puede resumir como otras tantas que ya hemos contado: el incipiente deseo de algunos visionarios de querer concretar un desarrollo local que pudiera despegar y contagiar a otros. Hugo Mazer, Gustavo Abella, Ricardo Gayoso, Roberto Etchenique; todos ellos fueron quijotes que buscaron luchar contra el molino de granos del modelo agroexportador. Escuchar a Hugo arroja mucha luz sobre el complejo proceso de instalación de una industria de hardware nacional y sus condiciones de sustentabilidad. “Debe existir un Estado que regule. No que haga ni que imponga: que regule”.
El experimento IBM-Czerweny-CZ iba en ese camino: la generación de un circuito y mercado informático local. Empezaron con las impresoras, luego las calculadoras y, por último, las computadoras de 8 bits: todo en un vertiginoso periodo de 10 años. Alimentados por la renovación de aquel mítico semillero de técnicos surgidos en Siam Di Tella, Hugo y Oscar lograron comenzar a motorizar algunos engranajes de una incipiente industria informática, pero no alcanzó. “Para que se forme una estructura industrial, necesitás que pasen 20 años de una política industrial continua, porque los proveedores no aparecen de un día para el otro. Si hubiésemos tenido proveedores que hiciesen teclados, yo se los hubiera comprado, en vez de hacerlo en Brasil o Portugal. ¿Y por qué no había? Porque no había mercado. ¿Y por qué no había mercado? Porque nadie fabricaba nada. Y ahí está el problema, porque entrás en un círculo vicioso. Nosotros fuimos un pequeño engranaje que comenzó a traccionar otros. No había proveedor que hiciera carcasas, pero había matriceros de electrodomésticos que comenzaron a trabajar para nosotros. Esa producción se podría haber reorientado y seguido especializándose. Pero no pasó”. Esto se debe a un simple hecho: no hubo continuidad en las políticas económicas. Y no solo eso, sino que hubo una decisión de aniquilar la producción nacional.
Es imposible no pensar en la violencia estúpida de las cosas, en lo que podría haber sido. La furia del fuego se llevó el primer brote de una industria que se empezaba a abrir camino entre los vaivenes del país y los intereses de turno. Lo que no pudieron consumir el capital internacional y años de políticas desfavorables, se hizo cenizas en un solo día, por un chispazo.
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